domingo, 12 de febrero de 2012

Todos los días abren fuego



Maldito fuego.
Martillo de los violentos,
oscuro grito de terroristas,
espada de los intolerantes,
muro de los egoístas. 

No te gusta, quémalo.
Te estorba, hazlo arder.
Te molesta, préndele fuego. 
Envuélvelos en llamas, abre fuego
y finge estar ciego. Así piensan ellos.
¿Qué razón, qué argumento
contra el incendio?
Y es bien sabido que no
se combate fuego con fuego.
Entonces, ¿qué remedio?

No el silencio, por supuesto.
Cada palabra es gota de agua,
lluvia es necesaria contra el fuego. 
Por lo tanto hablemos.  Mejor aún,
que sea tormenta, ¡gritemos!
¡Que estamos hartos!
¡Que miren todos cómo ardemos!

Contra decenas de nosotros
todos los días abren fuego.
Escandalosa falta de respeto. 
A la vida, a la dignidad, a la paz,
a lo mejor del mundo entero. 

Y ellos también se queman
con su propio fuego. 
Pero no se rinden: tan pronto le echan tierra
 a uno, llegan dos más a seguir con el juego. 
Un momento, si somos más,
 ¿por qué no los detenemos?

Y mientras ellos nos abrasan,
de la manera más cruel, violenta.
¿quién llora a nuestros muertos?
Es cosa de locos, darse cuenta:
esta hoguera  es por dinero.

¿Y qué hacemos?
Regalarles nuestro silencio. 
Escondernos bajo piedras por el miedo. 
Me incluyo, puesta una máscara tengo.

Mundo, no soy poeta,
mira qué tristes versos,
pero soy humano. Bajo esta lluvia
 de plomo ardiente, yo me quemo. 
¿Es que acaso no te duelo?

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