Maldito
fuego.
Martillo
de los violentos,
oscuro
grito de terroristas,
espada
de los intolerantes,
muro
de los egoístas.
No
te gusta, quémalo.
Te
estorba, hazlo arder.
Te
molesta, préndele fuego.
Envuélvelos
en llamas, abre fuego
y
finge estar ciego. Así piensan ellos.
¿Qué
razón, qué argumento
contra
el incendio?
Y es
bien sabido que no
se
combate fuego con fuego.
Entonces,
¿qué remedio?
No
el silencio, por supuesto.
Cada
palabra es gota de agua,
lluvia
es necesaria contra el fuego.
Por
lo tanto hablemos. Mejor aún,
que
sea tormenta, ¡gritemos!
¡Que
estamos hartos!
¡Que
miren todos cómo ardemos!
Contra
decenas de nosotros
todos
los días abren fuego.
Escandalosa
falta de respeto.
A la
vida, a la dignidad, a la paz,
a lo
mejor del mundo entero.
Y
ellos también se queman
con
su propio fuego.
Pero
no se rinden: tan pronto le echan tierra
a uno, llegan dos más a seguir con el
juego.
Un
momento, si somos más,
¿por qué no los detenemos?
Y
mientras ellos nos abrasan,
de
la manera más cruel, violenta.
¿quién
llora a nuestros muertos?
Es
cosa de locos, darse cuenta:
esta
hoguera es por dinero.
¿Y
qué hacemos?
Regalarles
nuestro silencio.
Escondernos
bajo piedras por el miedo.
Me
incluyo, puesta una máscara tengo.
Mundo,
no soy poeta,
mira
qué tristes versos,
pero
soy humano. Bajo esta lluvia
de plomo ardiente, yo me quemo.
¿Es
que acaso no te duelo?
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